En marzo de 1986 Alianza Lima decidió concluir el contrato de Jaime Duarte luego de una década de notable desempeño. En una carroza de la funeraria Agustín Merino, le dejaron en casa la carta que agradecía sus servicios.
Según los dirigentes, los motivos eran económicos, aunque en realidad lo sacaron los más jóvenes del plantel que no lo aceptaban por querer imponer disciplina. Conocida la noticia, Roberto Chale, técnico del San Agustín y quien había convocado a Duarte para el repechaje de México 86 ante Chile, conversó con el presidente del equipo santo, el padre Cesáreo Fernández de las Cuevas.
Le recomendó la contratación del defensor. El sacerdote fue a buscar a Duarte a su domicilio. Jaime escuchó el ofrecimiento, despidió respetuosamente al padre y se fue al club AELU donde entrenaba para mantenerse en forma. Allí encontró a su compadre John Nagahata y comentó la reunión.
—Me fueron a ver del San Agustín, yo no puedo jugar en ese club de m… hasta sus camisetas son horribles. Les voy a pedir tanta plata que me van a decir que es imposible.
Duarte planteó pretensiones de dinero inalcanzables para un equipo chico que acababa de ascender. Sin embargo, al día siguiente, el padre Fernández, otra vez, tocaba su puerta. Tenía en manos un cheque con la cantidad solicitada. No tuvo otra que aceptar. Jaime Duarte jugó toda la temporada en el San Agustín, fue figura, le ganó dos finales a Alianza y logró un histórico título. Aunque hoy se arrepiente de haber tenido una actitud tan soberbia con el club que le dio otra oportunidad.
Según los dirigentes, los motivos eran económicos, aunque en realidad lo sacaron los más jóvenes del plantel que no lo aceptaban por querer imponer disciplina. Conocida la noticia, Roberto Chale, técnico del San Agustín y quien había convocado a Duarte para el repechaje de México 86 ante Chile, conversó con el presidente del equipo santo, el padre Cesáreo Fernández de las Cuevas.
Le recomendó la contratación del defensor. El sacerdote fue a buscar a Duarte a su domicilio. Jaime escuchó el ofrecimiento, despidió respetuosamente al padre y se fue al club AELU donde entrenaba para mantenerse en forma. Allí encontró a su compadre John Nagahata y comentó la reunión.
—Me fueron a ver del San Agustín, yo no puedo jugar en ese club de m… hasta sus camisetas son horribles. Les voy a pedir tanta plata que me van a decir que es imposible.
Duarte planteó pretensiones de dinero inalcanzables para un equipo chico que acababa de ascender. Sin embargo, al día siguiente, el padre Fernández, otra vez, tocaba su puerta. Tenía en manos un cheque con la cantidad solicitada. No tuvo otra que aceptar. Jaime Duarte jugó toda la temporada en el San Agustín, fue figura, le ganó dos finales a Alianza y logró un histórico título. Aunque hoy se arrepiente de haber tenido una actitud tan soberbia con el club que le dio otra oportunidad.
Fuente: El Comercio Perú/Daniel Peredo.
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